dimarts, 4 de desembre del 2007

La balada de Leithian

Entonó un canto de hechicería, de ocultaciones
y revelaciones, de falsedades y traiciones.
Allí Felagund respondió de pronto con un canto
de obstinada firmeza, de guerra contra el poder
y resistencia de secretos guardados,
de una fuerza de torre, de confianza, de libertad
de huida; de formas cambiantes y móviles,
de emboscadas fallidas, trampas destruidas,
de prisiones abiertas y de cadenas rotas.

Los cantos se adelantaban y retorcían,
flaqueando, zozobrando, y cuanto más crecía
la fuerza de ese canto, más Felagund luchaba,
y puso en sus palabras el poder y la magia
que había traído de Elvenesse.

Suavemente en la sombra oyeron a los pájaros
que a lo lejos cantaban en Nagrothrond,
y el suspiro del mar mucho más lejos,
más allá del mundo del oeste, en la arena,
en la arena de perlas del país de los Elfos.

Se espesó entonces la sombra; creció la noche
en Valinor, manaba la sangre roja
junto al mar, donde los Noldor mataron
a los jinetes de la espuma, donde robaron
las naves blancas de selamen blanco
de los puertos claros de lámparas. El viento
se lamenta, el lobo aúlla. Los cuervos vuelan.
El hielo murmura en las bocas del Mar.
Los cautivos lloran tristes en Angband.
Retumba el trueno, los fuegos arden...
Y Finrod cae a los pies del trono

Fragment de El Silmarillion